Probé los AirPods de Apple. Porque pese a que durante varios meses ejercité mi mente y corrí sin música, mi forma favorita de correr es con audífonos y escuchando podcasts o playlists poperas. Por lo mismo, los audífonos siempre son tema: que sean cómodos, que no se caigan, que calcen bien con mi oreja, que no se me enrede el cable.
Uff, el maldito cable. Tratando de dejarlo, hace como un año probé con audífonos inalámbricos que se afirmaban por atrás, pero nunca logré acostumbrarme bien.
Sentía que se me iban a caer todo el tiempo, y la música no se escuchaba tan bien. Después de eso retomé los clásicos con cable y me adecué a mi realidad. Hasta que en Navidad me llegó de regalo una caja con Airpods, esos famosos audífonos inalámbricos de Apple, que se ven graciosos.
AirPods: Mis primeros kilómetros
Cuando lo vi, los analicé con desconfianza. Pensé que era obvio que se me iban a caer, así que lo primero que hice fue ponérmelos y saltar moviendo la cabeza de un lado a otro: se mantuvieron en su lugar. Lo segundo fue poner música y, para mi sorpresa, se escuchaba perfecto.
Un par de días después, los saqué a correr. No les voy a mentir: estuve todo el rato ajustándolos, porque me daba nervio que se cayeran, especialmente en esa pasarela justo antes de subir al San Cristóbal por Vespucio. Al siguiente intento, los toqué menos, y muy pocas veces sentí que se me estuvieran soltando. Si lo siento, lo arreglo en cosa de segundos, no me desconcentra ni mucho menos.
Si son ratas de gimnasio como yo, les va a encantar usar máquinas o correr en la trotadora sin que los audífonos se enreden con todo. Ahí si que no vi ningún lado negativo, aunque creo que escuché una historia de alguien que perdió los suyos cuando se cayeron en la elíptica. Pero mientras los ajusten cada vez que los sientan débiles, van a estar bien.