Hace un tiempo les conté que me había inscrito en WeRun Santiago, y luego de entrenar dos meses, llegó la fecha. El domingo pasado me desperté como tuna a las 5 am, llegué una hora antes al Parque Bicentenario y esperé ansiosa la largada programada para las 8 am, revisando la batería del reloj, programando en el iPod la canción precisa para partir, abrochando y desabrochando mis cordones con las manos tiritonas y asegurando mi pelo con cien pinches.
Fui invitada por Nike, así que por primera vez quedé en la primera línea del encajonamiento con miles de corredores a mi espalda, y mientras admiraba esta impresionante escena comenzó la cuenta regresiva. Corrí con una amiga bastante más experimentada que yo que me ayudó a mantener el ritmo, controlar mi respiración y que en el último cuarto literalmente me arrastró de la mano cuando le rejuraba que no podía más (¡gracias por no creerme Tete!).
Me encantaría decirles que goce la carrera de principio a fin, pero no; igual que la pendiente del trayecto pasé por altos y bajos, y aunque no tengo punto de comparación con otros 21K, la cosa se me hizo bien difícil. Sufrí con las subidas, fui inmensamente feliz con las bajadas, traté de sonreír y verme digna para las fotos, le pedí al conserje de un edificio que me manguereara la cabeza porque hacía mucho calor, envidié la tranquilidad con la que corría mi partner, le rogué a un chiquillo que estaba en la vereda que me convidara de su agua, repetí en voz alta ‘dale María Paz, dale María Paz’ (sí, hablando en tercera persona), me cuestioné decenas de veces qué estaba haciendo ahí, me sobrepuse a una puntada y me emocioné -lagrimón incluido- con el cariño de mis amigas y hermana que estaban de sorpresa con pancartas en el km 14.
Agotada como pocas veces he estado en mi vida crucé la meta y disfruté eufórica de ese victorioso momento que en otras carreras ya había saboreado, pero que esta vez se sintió más intenso que nunca. Ese día recibí más besos, abrazos, llamadas y whatsapps que para mi cumpleaños, y solo corrí. No era salto con garrocha ni nado sincronizado, era correr. Un deporte que se caracteriza por su simpleza y que sin embargo me enseñó mil cosas más.
Cuando asumí este desafío todos me dijeron me la iba a poder y confié en que sería así, pero no me esperé todo lo que encontraría en el camino, que fueron mucho más que kilómetros. Aprendí de disciplina, compromiso y voluntad, a formar parte de un equipo, cuidar mi cuerpo, vencer miedos y entender que mi cabeza es la que manda, y sobre todo a darme cuenta de que la felicidad está donde pongamos nuestro corazón, porque pocas veces me he sentido tan feliz como ese día. Sé que sonreiré por siempre cuando recuerde mis primeros 21K, así como sonrío ahora compartiéndolos con ustedes.
Periodista, valdiviana y fanática del sur de Chile. Corro porque me hace feliz, y mucho más si es escuchando reggeaton.