Además de reducir las molestias musculares post entrenamiento, terminar las sesiones despacio reduce el tiempo de recuperación del glucógeno muscular (nuestro almacén de glucosa), responsable de darnos la energía necesaria para sumar los kilómetros diarios.
Por eso, lo ideal es que en lugar de terminar una sesión drásticamente y frenar en seco, lo hagamos de forma paulatina, trotando o caminando hasta que nuestro pulso se estabilice. Conocida como la fase de ‘enfriamiento’, acá se vuelve clave tener control de nuestras pulsaciones, ya sea manualmente o con un reloj inteligente.
También es recomendable hidratarse cuanto antes, y si es necesario tomar alguna bebida isotónica que ayude a recuperar lo perdido por la transpiración.
Respecto a la alimentación, finalizada la sesión lo mejor es comer hidratos, que estimulan la liberación de insulina y la acción de las enzimas que catalizan la construcción de glucógeno, y proteínas que regeneran la musculatura. Una combinación infalible son unas tostadas con mermelada, algo de fruta (con efecto antioxidante) y lácteos, ricos en proteína. También son bienvenidos carbohidratos como pasta y arroz.
Además, más allá de las razones físicas que sugieren bajar el ritmo poco a poco, hacerlo permite que nuestra mente se conecte con el esfuerzo realizado por el cuerpo y que de por terminada la sesión, para arrancar cargadas de endorfinas con el resto de nuestras actividades.