Si te gusta correr, más de alguna vez te has encontrado cara a cara con el suelo. Así es mis ladies, estoy hablando de los porrazos runner que nos damos –más seguido de lo que quisiéramos- durante nuestros entrenamientos. Entre mis momentos más memorables se encuentran mis caídas en grupo: una vez con unas 20 chicas celebrando el día de correr con peto, y otra en un trote conversado antes de la Maratón de Viña.
También están mis porrazos Highlander. En dos oportunidades me he hecho heridas en la rodilla nivel sangre que corre por mi pierna, por lo que he tenido que sacarme la polera, amarrármela a la zona afectada para que pare la sangre y seguir trotando, más lenta pero siempre digna.
En una de mis últimas caídas, comentamos con el coach Carlos Warkne que se podía deber a que me he acostumbrado mucho a correr en cinta, y que mis pies se pusieron flojos y ya no los levanto lo suficiente. Por supuesto que después de eso, mis zancadas bordean la ridiculez. Corro como el Inspector Gadget cuando estira sus piernas robóticas.
Donde nunca me he caído- porque no es mi territorio- es en el cerro. Pero me imagino que las trail runner de nuestra comunidad tendrán más que una anécdota para compartir.
Y es que caer, cuando se corre habitualmente, es casi inevitable. Siempre hay formas de evitarlo: usar zapatillas adecuadas, concentrarse en donde pisas, y buscar terrenos que no te conviertan en un imán atraído por el suelo. Pero en algún momento, a todas nos va a pasar.
A mí, como les digo, me pasa más que seguido, y mis rodillas están más peladas que cuando era chica y trepaba árboles.