Algo sé de acostumbrarme a una nueva rutina runner. Luego de un año y medio viviendo el Barcelona, el amor me trajo de nuevo a Europa. Y tras 6 meses en Chile, vuelvo a una ciudad y país desconocidos: esta vez Marsella, en el sur de Francia. Oh lá lá!
Hace una semana que comenzó la aventura. Todo nuevo: departamento compartido en concubinato, calles desconocidas e impronunciables, comidas y costumbres diferentes, ni hablar del desafío de ir al supermercado sin entender mucho qué estoy comprando, y lo que se ha me ha hecho más difícil, el idioma. Porque mi francés es, por decir lo menos, PAUPÉRRIMO.
Así, entre decenas de descubrimientos, novedades y chascarros (obvio), me tocó también retomar mi rutina runner.
Y aunque siempre celebro la simpleza del running porque bastan un par de zapatillas y una calle para largarse, la cosa no es tan simple cuando no conoces nada.
Los primeros días son de exploración, de andar con las antenitas bien paradas para detectar por donde corren las personas en esta ciudad. Además está el factor tráfico, que en Marsella es una locura… En mi intención por conocer amiguis, apliqué mi antigua app ‘Meet up’ para buscar algún grupo de runners en inglés o español, pero nada… y todavía no me siento preparada para sumarme a un grupo local. La verdad, me muero de plancha de no cachar nada.
Así que partí sola, como lo harán muchas cuando son pajarito nuevo en una ciudad. Cuando ya tenía definida mi ruta de debut, vino el desafío número uno: arrancar. Es que recién llegada, y sin una rutina diaria, ese primer día pucha que cuesta. Pero lo logré, el lunes 20 de mayo di por iniciado oficialmente el regreso a mis entrenamientos, y a la recuperación de mi condición física, que entre despedidas y bienvenidas estaba bien revoloteado.
Esa primera salida en una ciudad desconocida es súper estimulante. Y las que salen a explorar las ciudades cuando están de vacaciones o si viven o han vivido fuera lo entenderán. La cara de runner en ‘modo turista’ no te la quita nadie; vas mirando para todos lados, disfrutando de los nuevos paisajes, observando a la gente, atenta a si vienen subidas o bajadas, olvidándote del reloj para conectar de a poco con este nuevo entorno. Además es heavy comprobar que los runners somos una verdadera plaga; por todos lados hay equipos con sus camisetas uniformadas, parejas, grupos de amigas, y los infaltables runners solitarios.
Retomar mis rutinas de entrenamiento acá ha sido bacán, no solo por la rico de correr (¡ahora al lado del mediterráneo!), sino también porque cuando lo hago me siento más parte de la ciudad. Las sonrisas que cruzas con otros runners son universales, y corriendo a nadie le importa que no hable una gota de francés. Con mis zapatillas puestas juego un ratito de local, y me encanta.