La única forma de compararme antes de correr mi segundo maratón fue mi entrenamiento, en ese sentido, todo bien. Me sentí mejor, menos cansada, no me lesioné, hice en mejores tiempos todos mis fondos y todo se pronosticaba bien.
Lo que no tuve en cuenta fue mi ansiedad y mis nervios. El maratón que corrí fue Chicago ( www.chicagomarathon.com) y aunque sonaba todo lindo y estaba muy feliz, también estaba muy nerviosa, los días previos trataba de pensar en otra cosa, pero no había caso. El día D en la largada, mientras esperaba para salir veía mis pulsaciones y estaban volando, como si ya estuviera corriendo.
En el maratón me sentí bien, estaba feliz de estar ahí, pero mi reloj nunca me funcionó y jamás supe en qué ritmo estaba corriendo. Mal por mí, porque me acostumbré demasiado a esa tecnología y francamente no tengo idea sin reloj a qué ritmo estoy corriendo. Otro punto bajo fue mi costumbre a correr acompañada. Es bueno, porque realmente tengo muchas amigas a quien llamar cuando quiero sumar kilómetros, pero ahora que me tocó sola, no tenía quién me empujara a ir por más. Y aunque no hubo kilómetro que no tuviera barra de la gente, me faltó el ánimo de las amigas.
Los últimos kilómetros los sufrí (mucho más que en mi primer maratón (Historias de corredoras: Mi primer post maratón) me costaba cada vez más avanzar, pero cuando vi la meta sentí el alivio más grande del mundo, cruzarla fue glorioso. Levanté mis brazos y en las fotos que me sacaban salgo en todas sonriendo, y ahora que lo recuerdo me emociono demasiado. Porque no hay emoción más grande que esa, saber que independiente de tu resultado, lograste lo que por tanto tiempo estuviste esperando. Ahora que vengan más y más.